jueves, 10 de febrero de 2011

Harold Kremer / Un escritor secreto



(1955)

Harold Kremer nació en Buga, Colombia, en 1955, y vive en Cali desde siempre y para siempre. Profesor de la Universidad del Valle y cofundador en 1980 de Ekuóreo, la primera revista hispanoamericana de minicuento, se ha dedicado con asombroso empeño a la investigación del cuento como género. Ha publicado con Guillermo Bustamente Zamudio Los minicuentos de Ekuóreo y Colección de cuentos colombianos. 
La lista de premios confirma su dominio del oficio: Concurso Nacional de Cuento de la Casa de la Cultura de San Andrés (1983), Concurso de Libro de Cuentos de la Universidad de Medellín (1984, con La noche más larga), Guión Cinematográfico Colcultura para mediometraje (1985, con “El amor de Milena”), Concurso Nacional de Cuento "Jorge Zalamea" (Medellín,1989), Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Barrancabermeja (1996), Concurso Nacional de Cuento Breve Municipio de Samaná (1999). Además, finalista del Concurso Latinoamericano de Cuento del Instituto Nacional de Bellas Artes (México 1989).
         Ya son tantos sus títulos memorables, premiados o no en diversos concursos, e incluidos en libros que no han tenido la circulación que se merecen: La noche más larga (Medellín, Universidad de Medellín, 1984), Rumor de mar (Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1989), El enano más fuerte del mundo (Cali, Deriva Ediciones, 2004), El combate (Cali, Deriva Ediciones, 2004), El prisionero de papá (Cali, Deriva Ediciones, 2005), La cajita cuadrada (Cali, Deriva Ediciones, 2007). Desde hace años trabaja en una novela que sus lectores esperamos con ansia.
         En “El prisionero de papá” y “Gelatina” evidencian la frase corta y el estilo directo, sin adornos ni hojarasca, que caracterizan la obra de Harold Kremer, sin duda alguna uno de los grandes cuentistas colombianos. Aunque el estilo es la herramienta, afilada a su manera por cada escritor y fruto de una larga paciencia, sello de marca de Kremer, “El prisionero de papá” resulta un texto memorable por sus personajes y, sobre todo, por el narrador, que nos cuenta de manera simple y sin dramatismos una historia aterradora. Si no, sería otra noticia del periódico, un texto más sobre el secuestro, azote de la Colombia de estos días, reino de guerrilleros, paramilitares políticos corruptos y otros hampones. “Gelatina” es una película sin pausa sobre un hombre que se desmorona y cae al fondo del abismo, cometiendo atrocidades casi sin parpadear. La narración despojada y directa, sin titubeos, sigue con acierto los pasos de este hombre elemental, certero y malvado. Fondo y forma se conjugan en una historia eficaz y memorable.
         Del primer libro de Kremer, La noche más larga, se consideran memorables “El amor de Milena” y, sobre todo, “Sueño de amor”, el relato de una mujer, pobre pero digna y recta como ninguna, ante el juez que la juzga. Un solo párrafo, un chorro de palabras e imágenes, una historia bien contada, con el dolor y el humor propios de la vida cotidiana, una historia que nació, según confesión del autor, de esa primera frase luminosa y limpia: “Yo, señor, soy pobre, pero digna y recta como ninguna”.
         Tanto en La noche más larga como en Rumor de mar, libros reunidos bajo el segundo título por Carlos Valencia Editores en  1989, se intercalan textos largos y breves. Esta brevedad es una de las virtudes de Kremer, una pasión cultivada con precisión de relojero. En 2004, el autor reunió con otros todos estos textos para redondear un libro que es una absoluta delicia, El combate. Bastaría con señalar casi al azar tres títulos: “La cierva y la leona”, una noche de farra con una hambrienta leona que prueba una ensalada y la infeliz cierva que saborea otro vaso de whisky,  “El anuncio”, el espantoso trabajo de Sísifo de un recién casado, y “Papaíto”, el dulce relato de la vida amarga de una niña engañada por las astucias de un padre.
         La lectura es una pasión que se refina con los años. Hay autores que definitivamente no volveré a leer, hay libros que se caen en la primera página, hay escritores cuya escritura echa a perder el más preciado tema, pero Kremer se mantiene sorpresivo y fresco, digno de numerosas lecturas. Y en una casa repleta de libros, los suyos permanecen al alcance de la mano en la mesa de noche.
         En el prólogo de La noche más larga (1984), el novelista Fernando Cruz Kronfly escribe sobre el mármol unas preciosas y precisas palabras de absoluta vigencia: “Harold Kremer, el autor, es una de esas personas que parecen no interesarse por saber en qué consiste o dónde queda exactamente la línea divisoria entre la literatura y la vida. Desde la sombra de una marginalidad iluminada que él mismo ha elegido como parte de su propio proyecto de vida, el autor de estos relatos se perfila como  un narrador serio, sin afanes ni aspavientos. Se trata de un trabajador solitario y hasta entristecido, que sabe perfectamente bien en qué consiste el inmenso valor de lo imaginario y de la ficción, no sólo para el pensamiento sino fundamentalmente para los sentimientos del hombre de nuestro tiempo. Y que conoce, igualmente bien, la regla de oro de la literatura según la cual el único compromiso del escritor consiste en hacerlo bien, con originalidad pero sin ignorar lo mejor de los avances culturales universales”.
         Serio y dedicado, Kremer es, ante todo, un lector exquisito e infatigable. Cualquier tarde, mientras la brisa del valle entra por la puerta con su aroma de caña dulce, es un privilegio sentarse frente a él a conversar de los viejos y los nuevos autores, y de los afanes de la vida, de los afanes que uno tras otro son la vida, como podría decir Aurelio Arturo.
         A pesar de los premios, de los periódicos y las revistas que han destacado sus cuentos, de las traducciones al alemán, el inglés, el hebreo y el portugués, Harold Kremer todavía es un escritor secreto. Un secreto que no debemos mantener, para dicha de todos. Ya es hora de que una gran editorial remedie el asunto.


Triunfo Arciniegas
Pamplona, 2011


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